“Desde aquí desde mi casa
veo la playa vacía
ya lo estaba hace unos días
ahora está llena de lluvia”
El verano es el opio del pueblo.
Hola, me llamo Alaska Young, les voy a contar una historia. Una historia de verano, de una noche de verano. Una representación teatral en la vida real.
Los personajes son tres amigos, el decorado un pueblecito de las rías altas, y la banda sonora una canción de Iván Ferreiro. Dejen de imaginar camisetas y mini faldas, el teatro está frío, no se aguanta sin una sudadera, igual que cuando se sale de copas en el norte. El olor es a marea baja, al principio repugnante pero peligrosamente atractivo. Tres amigos, verano, Galicia, Turnedo, marea baja.
“Y tú ahí sigues sin paraguas
sin tu ropa paseando
como una tarde de junio
pero con frío y tronando”
La piedra de los edificios está fría, el Ribeiro es el combustible que mantiene los cuerpos calientes, porque qué es Galicia sin su vino. Si pudiera, si le dejaran, la piedra también lo bebería.
Seguro que alguna vez me han oído o leído la frase esa de que “el verano no existe”, y así es, pero cómo nos gusta hacer como si existiera. A mí que me dejen, sueña quien quiere y no quien puede.
“Se puede saber qué esperas
que te mire y que te seque
que te vea y que me quede
tomando la luna juntos
la luna, tú y yo expectantes
a que pase algún cometa
o baje un platillo volante”
Los tres amigos pasean por un largo puente de piedra, es la última noche, la noche en que se dice adiós.
Una vez leí en “Matar a un ruiseñor” que siempre se debe dejar el dolor para el día, pero estando sobre el escenario un verano, unos amigos, mucho Ribeiro y las demás cosas que he explicado, parece absurdo no utilizarlo para una última escena, la del adiós. Es el último paseo hacia la zona de bares, las últimas copas entre risas, los últimos abrazos de borracho, los últimos churros del amanecer.
“Y la playa llora y llora
y desde mi casa grito
que aunque pienso en abrazarte
que aunque pienso en ir contigo
el doctor me recomienda
que no me quite mi abrigo
que no esté ya más contigo”
En el camino los amigos reflexionan sobre ello, pues realmente se dan cuenta de que ahora sí que el tiempo corre en su contra, cada segundo que pasa es un segundo menos que queda y que lo quieren aprovechar al máximo, cada paso por el puente, cada momento. Brillan en la noche las últimas caladas de un cigarrillo muerto de frío, la mecha el último petardo de la temporada.
“Oíd tíos, el momento se acerca, esto se acaba. ¿Cantamos Turnedo? Quiero recordar estos instantes durante todo el año, voy a necesitarlos tarde o temprano”.
Año tras año, el verano se había convertido en una droga a la que vivían enganchados pero que les costaba conseguir. Conseguían un poco un viernes al mes cenando por Malasaña. Buscaban sucedáneos los sábados en alguna discoteca llena de chicos uniformados y niñas con problemas. Incluso intentaban fabricarlo intentando convertir a sus amigos de invierno en actores de una obra que no sabían, ni podían, ni querían representar. Como último recurso, intentaban rascar un poco revisando viejas fotos, recordando momentos y riendo en solitario mientras acostaban el móvil a su lado en la cama.
“Y yo no puedo negarme
pues el tipo soy yo mismo
estudié mientras dormías
y aún repaso las lecciones
una a una, cada día
yo no puedo aconsejarte
ya es muy duro lo que llevo
dejemos que corra el aire
y digámonos adiós”
Volvemos a la obra, casi no ha empezado y ya está a punto de acabar.
Hacía frío, no hacía frío. Olía a mar, no olía a mar. Había sueño, no había sueño. Estaban tristes, no estaban tristes.
Y así, sin decir que sí, simplemente sonriendo, empezó el más veterano de los tres amigos a cantar, empezó un ritual sagrado que año tras año se repetía y año tras año se hacía más irrepetible.
Todo el mundo sabe que Turnedo se canta abrazado, abrazado a tus amigos o abrazado a tus padres, a la silla de tu escritorio en una noche de estudio o a la de tu oficina durante una mañana larga, abrazado a un desconocido si hace falta. Turnedo se canta abrazado, completamente solo en la intimidad de tu cuarto o mamao como una rata en el Buenas Noches Santander.
“Aunque sigas suspirando
por algo que no era cierto
me lo dicen en los bares
es algo que llevas dentro”
(ahora viene la estrofa perdida, la que nunca nadie recuerda)
que no dejas que te quieran
solo quieres que te abracen
y publicas que no tuve ni valor para quedarme
ya rompí todas tus fotos
tú no dejas de llamarme
¿Quién no tiene el valor para marcharse,
quién prefiere quedarse y aguantar,
marcharse y aguantar?”
Y allí estaban los tres, pasados de copas y de veraneo, abrazados en línea con el viento en sus caras. Iban cantando juntos, iban gritando y dejándose la voz, porque al día siguiente ya podían venir de golpe todas las resacas de las 50 noches de verano, todos los dolores de garganta por cantar como unos locos y todas las fiebres del mundo por besar más de la cuenta.
Olvidas a la gente. Olvidas sus caras, sus nombres y sus historias. Olvidas lo que hicieron y olvidas lo que dijeron, pero nunca olvidas cómo te hicieron sentir.
Este verano, Turnedo para todos.
ALASKA YOUNG
AY@belairblog.es